Llueve, me gusta la lluvia, imaginar formas en la ventana y ver cómo las gotas crean caminos resbalando sobre el cristal. Ahora que anochece, me acerco al cristal y la imagen que me devuelve me recuerda a ti, nos parecemos tanto, por un instante recupero la ilusión de que estás aquí, de que no te has marchado para siempre, pero ese reflejo está lleno de gotas de lluvia como si fuesen lágrimas que brotan de mi interior y cayesen sobre tu rostro.
¿Sabes que con el paso de los años cada vez me parezco más a ti? Pero lo que no se me quita con el tiempo es esa sensación de vacío, como si una mano me hubiera arrancado las entrañas, las raíces, dejándome sin nadie a quien preguntar sin hacer preguntas.
Hoy hemos almorzado wok de verduras con garbanzos, ese plato que te inventaste un día para aprovechar lo que tenías en la nevera y del que estabas tan orgullosa. Mis hijas lo odian, no les gusta nada, ni las verduras ni los garbanzos y me pregunto qué harías tú para que se lo comieran sin protestar. A mí me encanta porque he acabado por comprender que es una maravilla de la economía doméstica, esa faceta en la que te desenvolvías tan bien y en la que yo soy un desastre. Decías que se podía hacer con las verduras que tuviéramos en la nevera, aunque tú casi siempre utilizabas las mismas: espárragos verdes, pimiento rojo, calabacín, puerro, champiñones, cebolla morada, zanahoria… Las hacías cada una por separado, en el wok, a fuego fuerte, y las ibas reservando en la fuente para servir; y al final, cuando todas las verduras estaban hechas, al dente, las incorporabas todas de nuevo al wok, junto con un puñado de garbanzos cocidos, y especiabas: sal, pimiento, comino… Y de acompañamiento, arroz integral.
Ha sido al terminar de almorzar cuando ha empezado a llover. Me gusta la lluvia. Me recuerda a ti.
Comer con los Esteban 